Hace mucho tiempo que dejé el credo, renuncié a mi adoctrinamiento forzado que conduce a la religión y al concepto de dios, por añadidura. Corté la atadura impuesta en mi mente, desde la infancia, a la que me ataron e hicieron creer, que era parte de mi vida, taxativo, perenne y siempre ortodoxo, la mayor mentira vendida y comprada que se disfraza de bondad, que activa tu miedo y tu culpa, como mecanismo para que nunca te cuestiones nada al respecto.

Respeto cualquier forma de fe, porque sé que dios tiene una identidad regional, he leído seis de los principales “libros sagrados”, la biblia entre ellos y tengo bastante historia y evidencia para validar mi certeza al ir en esta vía, por la que ahora voy.

Muchos han aprendido a amar tanto la atadura, que nunca se han permitido tener otro punto de vista, otra interpretación; cada uno es libre y yo también lo soy, para ejercer mi libertad, para no concordar con ningún tipo de religión, ningún tipo de dios y ningún tipo de creencia que me haga sentir mal con mi propia naturaleza.

Aunque algunas palabras grabadas en mi antigua memoria, aún resuenan en mí, desde mi ayer y siguen haciendo eco en algunos pensamientos, pero ya los puse bajo el encierro de mis inducidos olvidos.

Creo sí, que hay que tener fe, pero el mejor comienzo es la fe propia, en reconocer la grandeza ancestral en cada uno y que busca el mejor momento para florecer, sin ese elemento, ningún dios, si es que existe alguno, tendrá la suficiencia para hacer lo que no te sientes capaz de lograr por ti mismo.

Los hilos del destino, se mueven siempre al ritmo de tus decisiones, de tus omisiones y de tus acciones. Sigues sin darte cuenta que tú mismo eres ese dios, a quien tanto le clamas.

Yo dejo esa creencia, a quien no ha comprendido que su cuerpo está formado por millones de átomos y cada uno tiene vida propia, no es un cúmulo de corrupción y pecado. Mi cuerpo y también el tuyo son una maquinaria perfecta, que tiene miles de millones de años evolucionando y perfeccionándose, que hoy nos permite habitarlo y disfrutar de toda su plenitud y progreso.

Los placeres no se sienten en la carne, arden en el alma, nadie se regocija más que aquel que ha aprendido a ir montado en el flujo de la vida, en el paso del tiempo y sabe que su cuerpo, solo es momentáneo.

¿Qué tipo de padre o madre regala a su hijo el juguete perfecto, pero le limita su uso, lo condena a estar en el deseo, a no tocarlo, a la restricción de la inteligencia, de disfrutar de todo lo que somos capaces de hacer? No, no me refiero a permitir el exceso como parte de lo cotidiano, de atravesar el paso sobre un camino sinuoso, con el calor del mediodía encima. Ver tu cuerpo, como la maravilla que es y no, como un instrumento de pecado, de culpa y de restricción. De vivir de rodillas ante otro humano, creyendo que es superior porque viste de sotana o habla de las cosas que ni él o ella hacen.

¿En qué malévolo plan, esta máquina perfecta [el cuerpo] me es nociva y medio de perdición? Todos la usamos de modos que no se permiten públicamente, pero nos han dicho que hacerlo, será causa de condena. ¡Pamplinas!

La política llena de demagogia, la dejo a los que soportan sonreír y tener dolor de estómago al mismo tiempo, lo dejo a los curas, los ministros y los pastores. Ninguno ha dado cuenta clara de sus intenciones. Ellos son los que mejor saben jugar a quedar bien con dios y con el diablo, obteniendo los favores de ambos.

No poseo mucho, no tengo un lugar fijo para vivir, porque hasta ahora, me gusta elegir dónde vivo, igual playa, desierto, ciudad, montaña o en casa con amigos. Soy un ser errante, estoy de paso y, ante la plenitud del universo, soy nada, es muy arrogante darse la humana importancia sobre otras criaturas. Sabiendo que sólo somos polvo en el macro cosmos.

Poseo un coche modesto, chiquito porque son prácticos, que me sirve para ir a donde quiero, pero no me quita el sueño tomar un camión, un taxi o pedir aventón de vez en cuando. He pasado tantas cosas para hoy sentirme que he nacido en cuna de oro, pretendiendo lo que no soy. Tengo muy claro mi origen y siento orgullo de mí por haber salido y visto el mundo desde otras culturas, otras formas de ser, pensar y actuar, por eso es que no he vuelto ni quiero volver a ese origen.

No tengo apego a mi tribu, tengo amigos que han estado desde hace 30 años, de 20, 15, 10, 5 y hasta 1. Valoro las coincidencias y disimulo las diferencias. Todos me aportan y algunos tienen un tiempo en mi vida. Sin más los dejo ir y les deseo felicidad en su camino, que yo me ocuparé de la mía.

No tengo apego afectivo, cada uno es libre de ir por donde guste. El amor que se escuda en la posesión, no es lo mío. Me gusta que la libertad de ser gobierne en otros, porque he conocido la libertad de frente y he bebido de su refrescante y sanador elixir. Yo no elegí mi nombre, mi patria, mi raza ni mi aspecto físico, pero si puedo elegir lo que con ello hago, de qué lo alimento y para qué lo uso.

Tengo lo suficiente para permitirme no preocuparme por tener, tener más o tener menos seguro me quitaría la paz de mis días y no estoy listo aún, sigo trabajando por supuesto, pero no es mi tiempo.

Me gusta aprender y tengo adicción al conocimiento, es útil cuando enseñar a otros viene de la mano. No quisiera irme de esta vida llevándome todo lo aprendido. Soy de los que enseñan a pescar, no de los que resuelven el hambre de un día en un hambriento.

No poseo la belleza que otros tienen, pero tengo el afecto ganado de quien he admirado y puedo decir que, hasta hoy, he probado de lo mejor del huerto del edén.

Soy un ser vivo más en este planeta, tengo un cuerpo, una conciencia, un límite y dependo de otros para subsistir y en esa interacción no siempre estaré a salvo, estoy hecho de la misma materia lo mismo que un perro, un león, un lobo o un tiburón, lo mismo que un pino, un baobab o la hiedra de las amazonas. No soy superior como me lo he creído, tan sólo soy diferente.

Soy afortunado por conocer la libertad de este modo, de sentirme bien con lo que soy, lo que tengo, lo que hago, lo que sé y lo que logro con ello. De amar y ser amado por muchos, de no tener miedo a ser lo que soy, a decir lo que pienso y a vivir de este modo en todos los círculos que me muevo. Hay muchos que pasaron por esta vida sin hallar la razón de su existencia, reprimiendo lo que son por la mentira del juicio divino.

¿Quién entonces, se atreverá a ofrecer moneda mejor que mi propio tesoro? No puedo ni quiero permitirme ir a buscar en el cielo algo que tengo aquí mismo.

He visto la cara del hambre y he dejado de comer por ayudar a quien está en condiciones peores que la mía, me he dolido del dolor ajeno, intento mejorar y no cometer los errores que ya he cometido antes.

Sigo aprendiendo y nunca dejaré de aprender y quiero hacerlo a mi manera, no con conceptos y creencias que no ayudan al mundo y que suficiente polarización han creado.

Y aquí estoy, sin pasado y sin historia, alimentando mi credo por la vida, por la belleza y por la excelsa capacidad humana, donde no cabe la pequeñez encerrada en la doctrina, de cualquier dios, de cualquier religión.

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