MADRE
¿Sabes?
Ahora que intento…
no logro recordar
cuál fue la primera letra que aprendí,
ni la primera vez que me enojé
o de qué color
me vestías los domingos.
Hace ya bastante tiempo
que no he vuelto a hacer
figuras de arena,
como cuando tuve tres años
y me sentaba
en aquel montón de arena mojada
que siempre estaba
en el patio de tu casa,
donde vagaba
por los ríos de mi imaginación
jugando a la creación;
tallaba con mis pequeñitas manos
las figuras amorfas
de lo que aparecía en mi mente
como viejo recuerdo;
siempre me decías que no lo hiciera,
te daba miedo ver el ejército
de pequeños monstruos de arena
que se moldeaban entre mis manos.
Fuiste implacable,
de un pisotón los desaparecías,
aunque al irte,
siempre recomenzaba desde cero.
Recuerdo cómo me perseguías,
corrías tras de mí
cuando una de mis tantas rebeldías
encendía tu frustración
y la convertía en ira,
que apagabas con gritos
y a veces con golpes;
parecía que no te cansabas,
parecía que no me querías.
Pero hoy,
después que la vida
grabó mucho de ti en mi camino,
después de no verte ir por delante mío,
guiándome,
vagué por rutas escalpadas
que iban de un miedo a otro,
que me desbarrancaron
por riscos de soledad,
hiriéndome
y nunca más sentí tu mano
ayudándome a sanar.
Después
de todo lo que he aprendido,
lo único que me queda
es que entregaste
lo que tenías para dar
y así lo acepté.
¿Sabes qué no he olvidado?
Ese olor de tu pecho,
cuando me abrazabas
y dormitaba en tu regazo,
ni esa sensación de que todo lo podía
cuando me cubrías del mundo.
Tampoco he olvidado
tus sabores en mi comida,
tu mirada escondida
que pocas veces me dijo «te quiero»,
ni tu poca ortodoxa manera
de animarme,
muchas veces me costó entenderlo.
Seguro tú sí
te acuerdas
ahora que tejes recuerdos
o cuando dices tus rezos
en esas tardes y noches
en que miras tu pasado;
ahora que te empieza a pesar el tiempo,
seguro entre esos recuerdos
aparezco en tu mente,
como viendo el horizonte,
ves a ese niño que corría riéndose
sin razón,
descalzo,
panzón…
y sonríes.
Tú bien sabías
que un día yo crecería,
que me iría de tu lado
y que andaría caminos
en donde no estarías conmigo,
que quizá
me alcanzaría el llanto
y la soledad,
que habría quien me lastimaría
y me causara dolor
hasta provocarme llorar
y me preparabas para ello.
No supe entenderlo a tiempo.
Hoy lo sé,
lo vivo
y me desdoblo en agradecimiento.
No me pesa el tiempo,
no se me ha ido la vida,
soy fuerte
como tú querías,
soy todo lo que forjaste
con el amor oculto,
detrás de todas tus acciones.
Infinitamente agradecido…
Escribe, tu hijo.